Ciudad de México, abril 19, 2024 17:28
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¿Normal o normalizado?

Por María Luisa Rubio González

Hoy, 8 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Abundarán en todos los medios recuentos históricos, estadísticas, avances y pendientes. Habrá también, por qué no, eventos con flores y pasteles, para “celebrar” el Día de la Mujer, algo así como asimilado al día de las madres.

Hoy, 8 de marzo, está convocado una huelga de mujeres, paro de labores mundial; en la Ciudad de México, una marcha, citada a las 4 de la tarde en la Ángela de la Independencia. ¿Qué no es EL Ángel? Pues no, estimada lectora, estimado lector: La estatua que domina la Ciudad de México desde lo alto de la columna tiene claramente atributos femeninos, es una ángela.

Dicho lo cual, hay que decir también que este texto no va de lenguaje inclusivo, con todo y mi convicción sobre la enorme importancia de nombrar.

No. De todas las reflexiones que compartimos en este espacio, semana con semana, este texto es quizá el más personal, con permiso de los colegas de ViveBJ. Este texto tiene que ver con cómo caí en la cuenta de lo que significa ser mujer en esta ciudad, y de la diferencia entre una situación normal y una situación normalizada.

Era 2003 y en el transporte público de la zona de Tlalpan operaba la Banda de la Cinta Canela. Obtuvo su nombre porque utilizaba esa cinta adherible en sus asaltos para inmovilizar a las mujeres que serían violadas. Comprendí que la noticia no era una nota más en la prensa una mañana que me sorprendí llorando frente al espejo, aterrada por ser mujer, por tener cuerpo de mujer. La banda operaba en dos rutas de transporte público que eran mi recorrido cotidiano.

Recuerdo la enorme sensación de vulnerabilidad, de estar atrapada, de estar condenada por tener tetas y nalgas. Y vagina. Comprendí de golpe y porrazo la realidad cotidiana de muchas mujeres en la ciudad, en el mundo. Y empecé a entender cosas que antes de ese momento no entendía.

Empecé a entender cómo aprendí desde chica a normalizar el acoso. Al principio era aterrador porque la culpa, me decía yo y me decía todo el mundo, era mía: a los 11 años, en el metro, porque la falda ondeaba con el aire; en el camión, a los 15, porque traía un pantalón entallado; en el pesero, a los 17, porque la falda era larga pero traía calcetas caladas o asomaba un poco el tirante del brasier. Pero luego, tapada o destapada, el acoso seguía ahí. Era parte de mi realidad cotidiana. Era tan normal, que ni siquiera lo vivía con la consciencia de estar siendo víctima de violencia.

Hasta aquella mañana. Comprendí que no podía ser normal esa sensación horrible de querer no ser lo que soy: de querer no ser mujer. No podía ser normal que ser mujer significara automáticamente ser posible víctima de una agresión sexual. Y si era normal, no debía seguir siéndolo, nunca.

Y comencé a mirar de otro modo a las mujeres que no se callan frente al acoso, que no se achican cuando un hombre las apretuja contra la puerta, a las que no renuncian a vestirse como quieren “para que no las molesten en la calle”. Y empecé a notar a los hombres que insistían en abrirme la puerta o prenderme el cigarro, pero que jamás discutían un tema serio conmigo.

Desde entonces, un cúmulo de situaciones y de actitudes que había considerado como “normales” han ido perdiendo su calidad de “estado natural”; no solo respecto a la violencia sexual, sino a la violencia estructural, y no solo contra las mujeres. ¿Han escuchado decir que pobres siempre ha habido y siempre los habrá?.

Me he hecho consciente de las conductas, activas o pasivas, propias y ajenas, que normalizan la violencia; de los incentivos sociales que las motivan. Me doy cuenta, en carne propia, de la dificultad que implica modificar esas conductas, desarmar las respuestas automáticas, las reacciones inconscientes.

Quizá por eso me emociona la convocatoria de hoy, 8 de marzo. #YoParo es un manifiesto de la propia valía, de auto respeto, de autodeterminación.

#YoParo para que ninguna mujer, en ningún lugar del mundo, tenga miedo por ser mujer. Pero también, en esencia, #YoParo para que nadie, en ningún lugar del mundo, tenga miedo de ser.

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